Durante el Carnaval en Río de Janeiro, una joven médium llamada Isabela descubre un mundo oculto de espíritus alegres y traviesos.
En Río de Janeiro, donde la samba llena las calles y el confeti llueve del cielo, Isabela, una joven médium, se preparaba para el Carnaval como todos los demás. Pero para Isabela, el Carnaval no se trataba solo de bailar, sino que era cuando la barrera entre los mundos se adelgazaba. La primera noche, mientras otros se ponían máscaras y plumas, Isabela llevaba un collar de semillas protectoras y se pintaba la cara con remolinos azules y dorados. A medida que la música aumentaba, sintió más que multitudes; risas brillaban en el aire, susurros le hacían cosquillas en los oídos. Espíritus, algunos descarados, otros antiguos, flotaban a lo largo del desfile, invisibles para todos menos para ella. Un espíritu vivaz, Zezinho, un bromista con un sombrero brillante, tomó la mano de Isabela y la guió fuera de la avenida principal. Detrás de las carrozas y los petardos, entraron en un callejón secreto donde el Carnaval continuaba de otra forma: espíritus de viejos músicos improvisaban en tambores invisibles, y bailarines con alas giraban sobre los adoquines. Pero algo andaba mal: un espíritu sombrío intentó robar la alegría del desfile, tejiendo tristeza en la celebración. Zezinho e Isabela se unieron, recogiendo la energía alegre de cada paso de baile, cada canción y cada risa. Crearon un deslumbrante torbellino de color, ahuyentando la tristeza y restaurando el corazón de la fiesta. Cuando amaneció, el Carnaval de los espíritus se desvaneció, dejando a Isabela en la calle, cansada pero sonriente. Solo quedaron una pluma extraviada y la calidez en su pecho. Ahora, cada año, Isabela baila en el Carnaval, sabiendo que nunca está realmente sola, y cada ritmo de samba podría ser el paso de un espíritu a su lado.