Sylvia la Araña, con su telaraña cósmica, aprende a viajar entre mundos, y que a veces, los mejores descubrimientos están cerca de casa.
Sylvia la Araña vivía en lo alto del viejo roble, tejiendo su telaraña entre las estrellas. Cada noche, miraba hacia arriba, observando las constelaciones parpadear y soñando con otros mundos. A diferencia de sus primas, que tejían telarañas solo para atrapar moscas, la telaraña de Sylvia era un mapa, un tapiz brillante salpicado con los patrones de galaxias y planetas que imaginaba. Una noche estrellada, un cometa cruzó el cielo y tocó la punta de su telaraña. Para su sorpresa, la telaraña pulsó con luz, y un pequeño portal se abrió en el centro. Sylvia caminó de puntillas por un hilo plateado y cayó en un universo paralelo. En un mundo, conoció a una araña que sabía tocar el violín. En otro, las telarañas brillaban con música y color, y las arañas bailaban en gravedad cero. Sylvia exploró con asombro, recolectando polvo cósmico, notas y nuevas ideas. Pero en cada universo, notó algo: las arañas más felices eran aquellas que compartían sus descubrimientos e invitaban a otros a explorar. Con su bolsa llena de polvo de estrellas, Sylvia regresó a casa, su telaraña ahora más brillante que nunca. Invitó a sus amigos, enseñándoles a ver las estrellas y a encontrar la magia en sus propias telarañas. Sylvia se hizo conocida como la cuentacuentos cósmica, su telaraña un lugar de reunión para soñadores y exploradores de todos los universos, demostrando que, no importa cuán lejos viajes, las mejores aventuras son las que compartes.