La joven Elsa, aprendiz de cartógrafa en la antigua Estocolmo, encuentra un mapa misterioso que revela islas nunca vistas por ningún marinero, embarcándola en una aventura a través del brumoso archipiélago.
En el gélido ático sobre una librería de Estocolmo, Elsa se inclinaba sobre las cartas de su maestro. Como aprendiz de cartógrafa, conocía cada islote del archipiélago de la ciudad, o eso creía. Una tarde lluviosa, descubrió un mapa enrollado dentro de un libro hueco. Su tinta brillaba débilmente. Para su asombro, mostraba grupos de diminutas islas mucho más allá de las rutas habituales, marcadas con runas crípticas. A la mañana siguiente, Elsa tomó una pequeña barca, mapa en mano, y siguió sus pistas en una espesa y arremolinada niebla. Pasó por islas conocidas, luego entró en aguas desconocidas. Surgieron formas: bosques con pinos de cristal, orillas bordeadas de piedras cantantes y un faro que parpadeaba una vez cada cien años. En cada isla oculta, Elsa encontró acertijos: una brújula que giraba en melodías, un reloj de arena lleno de auroras boreales, un árbol que hacía florecer mapas en lugar de hojas. Poco a poco, comprendió: el archipiélago estaba vivo, cambiante, y recompensaba la curiosidad. En la última isla, Elsa se encontró con una anciana que sonrió con conocimiento. «Los mapas más grandes son los que guardamos en nuestros corazones», dijo, entregándole a Elsa un pergamino en blanco. Cuando Elsa regresó, se dio cuenta de que su viaje le había revelado tanto sobre sí misma como sobre el mar. Su nuevo mapa no mostraba islas, solo una pregunta: ¿Qué encontrarás después? La leyenda de las islas ocultas se convirtió en la suya propia.