En el futuro Singapur, la Dra. Mei, una brillante genetista, crea ecosistemas vivos en el corazón de la ciudad, descubriendo una nueva armonía entre la naturaleza y la tecnología.
Singapur, una ciudad de jardines y cristal, brillaba con posibilidades. La Dra. Mei, una joven genetista, observaba desde su laboratorio los vastos bosques verticales que se alzaban sobre el horizonte. Soñaba con más que edificios cubiertos de verde; imaginaba ecosistemas vivos y respirantes, adaptados a las necesidades de cada comunidad. Su trabajo combinaba ciencia e imaginación: reprogramaba semillas para que brotaran pétalos luminosos para las luces de la ciudad, cultivaba enredaderas que filtraban el aire contaminado e incluso diseñaba pequeños drones polinizadores que imitaban a las abejas. Pero el proyecto favorito de Mei era el Bosque de la Armonía, una isla flotante en Marina Bay donde cada árbol, flor e insecto desempeñaba un papel. Una temporada, una misteriosa plaga amenazó el Bosque. Las flores se marchitaron y el aire de la ciudad se sintió pesado. Mei trabajó día y noche, mezclando genes de orquídeas, manglares y mariposas salvajes. Con la ayuda de niños de una escuela cercana, recolectó muestras, les enseñó sobre el ADN y, juntos, plantaron una nueva generación de semillas resistentes. En pocas semanas, el Bosque revivió, más brillante que nunca. La isla brillaba suavemente por la noche, atrayendo a multitudes que se maravillaban con las libélulas que brillaban con colores de arcoíris y los árboles que cantaban con el viento. Mei se dio cuenta de que los mejores ecosistemas diseñados no solo eran ingeniería, sino que eran nutridos por todos. Abrió el Bosque para que todos lo compartieran, y Singapur se convirtió no solo en una ciudad en un jardín, sino en un jardín hecho por su gente. Bajo el brillo de la nueva vida, Mei sonrió, sabiendo que el futuro florecería con mil sueños vivos.