En un bosque de árboles vivos, Tim el Mago del Tenis descubre que el coraje, la amistad y la magia son las claves de cada partido.
En lo profundo de los Bosques Susurrantes, vivía un mago llamado Tim, que empuñaba una raqueta de tenis en lugar de una varita. Su sombrero estaba remendado con manchas de hierba, y sus zapatos dejaban rastros de purpurina en los senderos musgosos. Tim podía servir pelotas de tenis que zumbaban como cometas y lanzar suaves efectos que hacían reír a los hongos. Pero el bosque mágico estaba en problemas: una misteriosa sombra había cubierto los claros, volviendo las hojas vibrantes opacas y ralentizando las canciones de los pájaros. Una mañana, Tim escuchó un grito: el gran Sauce del bosque se estaba marchitando, su magia se desvanecía. La leyenda decía que solo un corazón lleno de esperanza y un partido de verdadera habilidad podían revivirlo. Tim desafió a la Sombra a un duelo de tenis. La cancha apareció en un claro de hongos luminosos, con animales como espectadores. Los golpes de la Sombra eran complicados, girando como nieblas y resonando con dudas. Los primeros servicios de Tim vacilaron. Pero los amigos del bosque lo animaron: las ardillas tamborileaban, los zorros agitaban estandartes, incluso la brisa susurraba: «¡Cree!» Con cada ánimo, la confianza de Tim crecía. Giró y saltó, creando golpes llenos de risas y coraje. En el punto final, Tim se lanzó por una dejada, su raqueta brillando como la luz de la luna. La Sombra se encogió con cada rebote y desapareció con un soplo. El Sauce brilló con luz esmeralda, y todo el bosque estalló en celebración. Tim aprendió que la magia era más fuerte cuando se compartía, y su tenis se convirtió en un juego de alegría, esperanza y amistad para siempre.